Universidad: dudas y cuestiones

La principal función de la universidad es dudar críticamente. Si la universidad no lo hace, entonces no busca, no pregunta, no debate y, en consecuencia, no avanza como universidad. Pretender una universidad fundamentada en verdades últimas, palabras finales, acuerdos perfectos y que no dude, es un contrasentido. En la actualidad la fuerza del mercado y del consumo ha conducido a que las universidades quieran ser ejemplos terminados, ofrezcan modelos y dicten normas, caminando en contra de sí mismas y, en última instancia, no sean lo que deben ser.

Recordemos: el término “universidad”, entre otras cosas, está relacionado al conocimiento de la mayor diversidad posible de saberes a partir de (y hacia a) la mayor cantidad posible de personas. Tal proceso es atravesado, fundamentalmente, por la postura imprescindible de la duda. El cimiento de toda universidad es saber fomentar entre sus relacionados la práctica de cuestionar bajo criterios claros a sus pares, al saber, a los ejemplos supuestamente “perfectos”, a las ideas terminadas, a las soluciones listas e, incluso, a sí misma. El acto de asumir como propias las dinámicas del saber, su circulación, su acceso y su debate, tiene su núcleo y destino en la pregunta que nace a partir de la duda crítica. Ello implica para los que estamos construyendo universidad, por coherencia lógica con los fundamentos de dicho contexto, que no podemos escapar al compromiso de cuestionar por medio del debate y de la tensión que naturalmente caracteriza nuestro espacio y cotidiano de trabajo.

Dicha postura, siendo también procedimental, tiene sentido y efecto si la duda es asumida: a) como asombro-reverencia ante el saber; b) a partir de la elaboración colectiva (debatida) del conocimiento; y c) en sintonía con las necesidades más urgentes de la sociedad en que estamos.

Pero lo anterior no es para nada fácil, puesto que muchos de nosotros fuimos educados en contextos llenos de discursos legalistas, punitivos y poco dados al sano debate. No nos hemos acostumbrado a asumir con serenidad la decisión de cuestionar y mucho menos la de ser cuestionados. Al contrario, nos hemos acostumbrado a creer que si el otro me hace un par de preguntas bien fundamentadas es porque está en mi contra y me quiere derrumbar.

No obstante, dudar es necesario. No siguiendo posturas dogmatizantes que buscan evidenciar a como dé lugar las supuestas inconsistencias del argumento diverso, sino con el deseo (verdaderamente popperiano) de cultivar la tensión necesaria para el avance. Es importante dudar no solo de aquello que nos llega, sino incluso de aquello que pretendemos ser, por ejemplo, como grupo de educadores organizados e institucionalizados.

Finalmente, si aceptamos que la naturaleza de la universidad está relacionada con la acción de dudar críticamente en la búsqueda de un mejor servicio a la sociedad y que, tal vez, esta es la única institución social con la misión de cuestionar los sistemas “terminados” de saber, hacer, gobernar, administrar, convivir, entonces en una universidad no deben existir modelos cerrados.

Los modelos son piezas terminadas, replicables, imitables, ejemplares. Una universidad, diversamente, simboliza y realiza el debate, la crítica, la búsqueda de nuevas ideas, de nuevos caminos. Una universidad no “cierra negocios”, no encierra diálogos, no empaca productos. La universidad “universaliza” y, en este proceso, es movimiento constante y cuenta con la discusión como elemento imprescindible de su desarrollo y avance.

Lo que pasa es que muchas veces no sabemos ser diferentes y, en la supuesta uniformidad, tampoco sabemos ser uniformes…

¿Es posible una universidad así? Con la palabra, los que saben del tema.

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